alma comentando la poetisa, de miró:
Me he visto a mí misma pero un poco más morena y dada a lo nocturno de
lo que imaginé. Llevaba en las manos dos ramos de flores, un gato negro sobre
algo como un puente lunar, mi cabello inherente al aire como una rosa bailando
en la tormenta. Me miré con los ojos del pobre ciego que vuelve a ver, a ver
con todos los sentidos, menos con la vista porque ahí, de repente, los ojos
eran otra cosa. Un sueño dulce; apuesto que esta noche soñaré con Arturo y él
conmigo. Además se nota que Arturo estaba viendo el cuadro antes que yo, se
siente. Dejó tanta esperanza en el cuadro que ahora que mis ojos son dos
piedras húmedas (en sus manos), siento que él me alcanza una mano tibia que es
realmente su voz, su vos hecha piel, y me dice que todo esto se veía venir… «se
veía venir»… Y yo no le creo pero creo en el cuadro, en la belleza de dejar de
verme por un momento. No sé si hubiera preferido no saber el nombre del cuadro:
Arturo insistió tanto con la idea de saber el nombre, de darse una visión «más
global» del cuadro. Pero perfectamente el cuadro hubiera podido llamarse El desnudo celeste o Firmamento, y yo me lo hubiera creído
igual; igual no dejaría de sentir esta extrañeza viéndolo. Las palabras no
cuentan mucho, hieren. ¿Y éstas son solo palabras?... Aunque no llegue a
saberlo «a ciencia cierta», más allá de mi extrañeza Arturo sigue deslizándose
suavemente por las formas del cuadro como un niño en un parque. Entonces
hubiera podido llamarse Parque y silencio.
Y aún algo de mí viendo al pequeño Arturo, cansada sobre una silla delgada,
curvándose por la gravedad, o por algo como la gravedad. Arturo resbalando por
una lengua de tierra, sobre un suelo de madera hermosa que parecía un
firmamento contenido. Poco a poco, sentir un estiramiento: distancias que se
alargaban y líneas que se enrollaban buscando su centro, hurgándose, rascando
sus cuerpecitos finos, ligeros. Cada caída y vuelo comprendido, un suspiro, un
latido apagado, una exasperación a causa del tiempo, un cansancio como el de
después de haber ido a piscina toda la mañana. Varios templos de arena, después
vidrios a través de palabritas embrionarias. Entonces también Poema habría sido un bello nombre. Y fijo
Arturo intuyó dichas figuritas, vio en ellas, cuando jugaba y saltaba o se
resbalaba tan contento, que había algo de ceremonia previa al lenguaje: una
fiesta imposible cercana al paraíso, al jardín celeste, a los animales
cantores. Dos lunas con sus clones nacidos de semillas sombras bajo el sol de
mediodía; la otra cara de la tarde. Después de ese estado de puro desconcierto
(aunque suene raro porque lo presenciado se acercaba más a un recital, a una
exposición de argumentos nada entendibles pero tan lindos con sus colores
repetidos por los espejos del caleidoscopio), mi rostro de nuevo estuvo
presente y me sacó la lengua (lengua que fijo era la de Arturo disfrazado de mí
para burlarse) para rescatarme del excesivo lamer del lenguaje.
abajo un dibujo de dos flores tan como las de
miró, bailando con sus lunas, sus silencios y la mano de los dos unida al viento,
con una nota: éstos somos los dos, Arturo.
-josé río.
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