domingo, 15 de junio de 2014

DIVERTIMENTO DE ALMA SOBRE...

divertimento de alma sobre los hipster’s:

«Yo no soy hipster», la paradoja de estos tiempos. Decir que no se es, la negación de un estado es aceptar (aunque no se quiera) otro. Yo no soy hipster. Entonces me escuchan y dicen, «ay, sí», y ay no, resulta que soy hipster por decir que no lo soy. Y si digo que no soy nada, pues «ay, tan diferente ella». Resultado: hipster.
Además, uno se repliega: a mí me gusta MGMT y si escucho MGMT resulta que soy hipster. Si leo mmm, no sé, Opio en las nubes, hipster… y si además de eso digo que no me gustó el libro (que es así), peor! Súper hipster! Pa rematar: adoro los gatos: hipster. Al final, ¿uno qué hace?
Después también la ropa que usan y esas gafas bonitas que me recuerdan a las que usaban mis papás hace unos 15 años, pero que no, si uno las usa ahora: hipster! Bah!, tras de que a mí me importa un carajo si son o no libres los hipster’s, a diferencia de Arturo; vienen y le quitan a uno la libertad de sentirse a gusto. Bueno, claro, yo no me dejo achantar fácil: yo igual escucho MGMT, ya qué; leí y no me gustó Opio en las nubes, ya qué; amo a los gatos, aunque no tenga uno, ya qué. Ya qué, ya qué.
Termino con una partecita de la letra de una canción de MGMT, The youth (pa que les arda a los hipster):
«The youth is starting to change»



-josé r.

viernes, 13 de junio de 2014

ALMA COMENTANDO...

alma comentando la poetisa, de miró:

Me he visto a mí misma pero un poco más morena y dada a lo nocturno de lo que imaginé. Llevaba en las manos dos ramos de flores, un gato negro sobre algo como un puente lunar, mi cabello inherente al aire como una rosa bailando en la tormenta. Me miré con los ojos del pobre ciego que vuelve a ver, a ver con todos los sentidos, menos con la vista porque ahí, de repente, los ojos eran otra cosa. Un sueño dulce; apuesto que esta noche soñaré con Arturo y él conmigo. Además se nota que Arturo estaba viendo el cuadro antes que yo, se siente. Dejó tanta esperanza en el cuadro que ahora que mis ojos son dos piedras húmedas (en sus manos), siento que él me alcanza una mano tibia que es realmente su voz, su vos hecha piel, y me dice que todo esto se veía venir… «se veía venir»… Y yo no le creo pero creo en el cuadro, en la belleza de dejar de verme por un momento. No sé si hubiera preferido no saber el nombre del cuadro: Arturo insistió tanto con la idea de saber el nombre, de darse una visión «más global» del cuadro. Pero perfectamente el cuadro hubiera podido llamarse El desnudo celeste o Firmamento, y yo me lo hubiera creído igual; igual no dejaría de sentir esta extrañeza viéndolo. Las palabras no cuentan mucho, hieren. ¿Y éstas son solo palabras?... Aunque no llegue a saberlo «a ciencia cierta», más allá de mi extrañeza Arturo sigue deslizándose suavemente por las formas del cuadro como un niño en un parque. Entonces hubiera podido llamarse Parque y silencio. Y aún algo de mí viendo al pequeño Arturo, cansada sobre una silla delgada, curvándose por la gravedad, o por algo como la gravedad. Arturo resbalando por una lengua de tierra, sobre un suelo de madera hermosa que parecía un firmamento contenido. Poco a poco, sentir un estiramiento: distancias que se alargaban y líneas que se enrollaban buscando su centro, hurgándose, rascando sus cuerpecitos finos, ligeros. Cada caída y vuelo comprendido, un suspiro, un latido apagado, una exasperación a causa del tiempo, un cansancio como el de después de haber ido a piscina toda la mañana. Varios templos de arena, después vidrios a través de palabritas embrionarias. Entonces también Poema habría sido un bello nombre. Y fijo Arturo intuyó dichas figuritas, vio en ellas, cuando jugaba y saltaba o se resbalaba tan contento, que había algo de ceremonia previa al lenguaje: una fiesta imposible cercana al paraíso, al jardín celeste, a los animales cantores. Dos lunas con sus clones nacidos de semillas sombras bajo el sol de mediodía; la otra cara de la tarde. Después de ese estado de puro desconcierto (aunque suene raro porque lo presenciado se acercaba más a un recital, a una exposición de argumentos nada entendibles pero tan lindos con sus colores repetidos por los espejos del caleidoscopio), mi rostro de nuevo estuvo presente y me sacó la lengua (lengua que fijo era la de Arturo disfrazado de mí para burlarse) para rescatarme del excesivo lamer del lenguaje.


abajo un dibujo de dos flores tan como las de miró, bailando con sus lunas, sus silencios y la mano de los dos unida al viento, con una nota: éstos somos los dos, Arturo.


-josé río.

martes, 10 de junio de 2014

TEXTO DE ARTURO PARA ALMA PERO PARA ARTURO:


qué culpa tiene el enamorado de tropezar con sus propios pies. No sabrán los amantes que son torpes como caballos muertos en guerras que desconocen, leí por ahí. Pero hay un lado en un puente. Y ya he leído lo suficiente acerca de esa fantasía de creerse autosuficiente en el amor.
pero así, por más cursi y absurdo que suene, Alma, este texto lo escribo porque me doy cuenta que-busco-algo… y ambos sabemos cuán peligroso es estar seguro de que se busca algo… sí, de-que-se-busca-algo.
cuando uno busca las llaves de la casa, en el afán de tener que salir, yo que siempre llego tarde a tus citas, Alma, ¿uno qué hace? Lo más práctico es buscarlas, en silencio, buscarlas: en este caso el silencio será: «jueputas llaves», «yo las había dejado aquí, hombre!»; le silencio será el ruido de las cosas moviéndose, del mundo cambiando de perspectiva para mostrar las llaves detrás de las almohadas, debajo de la cama o tristes en una chaqueta en el clóset: siempre en algún sitio «ac-ce-si-ble».
por eso es que para decirte realmente que «busco algo», debo asumir que ese silencio es todo un texto, un poema, esta carta, un espasmo, un dibujo, un estornudo. Uno cuando busca las llaves no se para en medio de la casa y comienza a decir: «busco las llaves, busco las llaves, busco las llaves». Por eso si alguien se para frente a ti y te dice «busco a Dios», «busco mi felicidad», «busco, busco, busco», desconfía, ríete de su broma inconsciente, pero sobre todo desconfía.
ahora lo difícil, querida mía, es encontrar el camino para pasar a decirte que busco algo sin que todo esto sea pedante, pedante y mal oliente.
pues ayer vi en el parqueadero donde mi padre guarda el carro una piedra verde. Estaba lloviendo y la piedra estaba tan sola entre otras piedras, sola y mojada y brillante. Sola  porque era la única que parecía estar ahí para que yo la viera; la única verde y brillante como una gota de sudor dulce. Brillaba gracias al agua que la ignoraba, que le caía como una obligación que no se puede eludir. Vi esa piedra, me agaché y atenté contra su sereno mundo de golpes de agua y silencio mineral. Dentro habría un corazón vivo latiendo a la par del mío. (Mira cómo soy romántico, jajaja). La tomé como si tomara a un insecto de cristal y la guardé en mi bolsillo. Ahora la tuve en mis manos, antes de escribirte. La vi cien veces, ya seca. Ya no era verde, le hacía falta el agua: ahora era como un pedacito de carbón extraterrestre, una partícula dura que se separaba brutalmente de mi piel cada vez que la tomaba, la acariciaba, la giraba. Le hacía falta agua: la mojé. Mojada ella y mis manos, las cosas cambiaron, ambos hacíamos parte de un mundo que intentaba comunicar a otros dos mundos. Por ahí lo he intentado ver también.
yo necesito escribir las cosas para verlas. Escribir es mi método de observación. Cuando escribo amo por segunda vez, veo por segunda vez, siento por segunda vez, tercera, cuarta vez. ¿Me entiendes?
qué culpa tengo entonces al seguir una danza que tiene tantos años de arrancada dentro de mí. Qué culpa tengo de haber elegido (sí, yo he elegido) caminar por un desierto cuarenta días, cuarenta días como un pueblo acongojado, como un dios que lo quiere ver todo antes de su muerte. ¿Sientes por dónde va la cosa? Las guerras que libro son mínimas, son pozos del alma, Alma. Ya sabré decirte con mi silencio que estoy buscando algo, pero no podré mirarte a los ojos, no podré. No podré mirar tu cara mientras vivo en este silencio ambiguo que es el de tener que escribir palabras (aunque suene redundante) para buscar. Qué culpa tengo yo de que este sea mi silencio, mi mover cosas, mi forma de arrimarme a algo que me llama y no sé qué carajos sea.
ahí estaba la piedra verde y ya no está. La tomé cuando aún estaba húmeda, me acerqué a una ventana y la lancé fuera de mi casa. Habrá caído a los pies de un dios escondido: a los pies de un dios enano han de terminar todas las cosas que decidimos perder, que lanzamos fuera de nosotros porque no son nosotros, porque el dios enano es la esperanza de un nuevo orden, la reubicación, la piedad con el pasado. La piedra se fue de mí. En eso sí que no hay culpa. La piedra hubiera hecho lo mismo que yo hice.



-josé río.

sábado, 7 de junio de 2014

SIN TÍTULO

de noche, entre varias nubes
que ya dicen algo sobre el día que viene
(y nunca sobre el hombre de mañana)
hay una luna corazón,
un glóbulo celeste o
un músculo satélite

algo de otro tiempo
que me recuerda tanto a las despedidas,
a los nombres que llueven y se van:

abur, chau, ¿nos veremos?

Al final solo estoy yo midiendo el tiempo
con semillas, guijarros y pedazos negros
de plástico derretido sobre un poema
o sobre una calle caliente,
una «bomba de gasolina»
de un terreno aún bélico pero vacío
camino a La Aldea, barrio casi mítico
donde pasé gran parte de mi niñez:

un pino, dos pinos, eucaliptos de humo
con aves que al dormir olvidaban volar,
un árbol de guayabas que siempre estaba naciendo,
algo así como un antiguo árbol perfecto
o un Matusalén: entre bebé e inmortal;
éso y las matas de lulo secretas,
y el limoncillo y las mandarinas bailarinas
que alcanzan el suelo en una caída jugosa
y la tierra, un negro dios hambriento.

Tan cerca está la noche desde este punto:
unas horas partidas en dos,
una tarde que se parte por el café negro
y el pancacho que brilla de tan esponjoso,
pan que se deshila desde el desayuno,
hebras ricas de harina y huevo,
algo de leche, levadura y magia

porque el pan entonces
(mucho antes de esta noche que no es mi infancia)
era un objeto tan maravilloso por desconocido:
algún dios lo fraguaba en el sueño dentro
de su corazón milenario,
oh el santo pan junto con el café,
sangre de las sombras mestizas,
oh entredía que parte en dos la tarde

Así llegará la noche,
caras incendiadas por pecas brutales
como en un cuadro de Caravaggio,
estrellas como «camarones dorados»
o mamoncillos bañados en luz sin tiempo

De algo estaremos hechos,
algo cercano a esa furia animal y celeste,
algo que tiene dentro de sí
un germen de puente, un aval de intercesor

porque entre nubes
no solo el talismán que alimenta el poema
está vibrando como fruto a punto de caer al centro;
hay unos pies lustrados,
bañados en la espuma mítica
que vistió a Odiseo frente a Nausica,
un rostro de mujer como un sol invertido,
que brilla con una luz de vacíos

desde donde soplan sus silencios terribles
los ángeles transparentes del día,
desde donde las imágenes de Dios
son una constante transfiguración
de tantas otras cosas que no son imágenes

y más arriba o más abajo
mi cuerpo sin nombre y sin memoria:
yo en mi cuarto bajo la sombra
de todas las tardes de la infancia,
con Mozart en la grabadora Sony
y mis ojos brillando desde atrás,
desde el desierto de Judea
ardiendo en un fuego sagrado e imposible,

hoguera sin final, zarza sin consumirse.

-josé río.